No sé por qué me pregunto esto. Pero es que, en verdad, no puedo dejar de preguntarme cosas a cada instante. Es todo tan complicado y difuso, que ni siquiera alcanzo a comprender mis propias preguntas. Veras, yo te buscaba. Llevaba buscándote en cada rincón toda mi existencia, y algo más. Un buen día, en una papelería cuyo nombre olvidé, nuestras miradas se cruzaron. El mundo se apagó a nuestro alrededor. Fue un encuentro tan maravilloso que debimos haber permanecido allí el resto de nuestro tiempo. Salimos de la papelería juntos. Pagué yo, lo recuerdo. Siempre eras tan recatado y tímido... Y no volvimos a separarnos. Hasta hoy, fecha en que tú te has ido, dejándome sola y compungida. Llorando tu ausencia como el más fatídico de mis temores. Como la más innecesaria de las decisiones. Como el mayor error cometido. Irreversible. Imperdonable. ¡Cuánto supusiste en mi vida!
Ahora, cientos de hojas escritas después de que te encontrara, vas y desapareces. Eres cruel. Muy cruel. No me lo puedo creer. Pienso que llegaré a odiarte, pues hubo un tiempo, entre esperas desangeladas y anhelos insaciables, en que te amé. Con toda mi alma. Mas, ¿por qué has de morir tan joven? Estábamos al fin juntos. Y todo era bello y bonito por delante, nuestros sueños iban tomando forma, las letras que rodeaban nuestra vida eran tan sólo alelíes que caían del cielo azul. Y había minutos en los que extraviarse del mundo... Y había tardes en que no hacíamos más que contemplarnos el uno al otro, sin ganas de escribir, de leer, de jugar, o de tocarnos. Nada más a nuestro alrededor. Tú, yo, y acaso un papel repleto de sensaciones. Tú con mi mano, yo te abrazaba. Incluso llegué a besarte aquella tarde de primavera frenética, ¿lo recuerdas? Estaba tan contenta al finalizar aquel poema que, cuando te miré, callado y pensativo –encantador- como estabas después del trabajo, la vida me lucía en colores (no sólo en gris tiznado) y no pude evitar agradecértelo todo en un beso repentino. Sorpresa. Éramos tal para cual. Tantos sueños por delante. Éramos tanto juntos...
Y lloro profusamente ahora que no estás. Hay silencio. Un silencio intenso y tenebroso que suplanta ese inveterado susurro que te caracterizó siempre. Te recuerdo, te rabio. Te quería mucho... No me permitiste una despedida en condiciones. Ni siquiera comencé a acostumbrarme a nuestra amistad cotidiana, cuando de repente, un buen día te esfumas ante mi vista, te deshaces sin más en mis manos impregnadas por ese polvo gris en que te convertiste una vez pasado por el sacapuntas -oh, guillotina maldita- y vuelto a desnudar, otra vez de madera blanquecina. Te admiraba, a la vez. Pero apenas quedaba madera blanquecina ya. Te habías consumido, y yo era la culpable de tal ignominiosa sentencia. Que tú, mi amado Staedtler Noris 2H-4 –así es como te llamaban otros—, desaparecieses al otro lado de ese horrible sacapuntas rojo a causa del agotamiento de tus entrañas: esa mina grisácea que tanta alegría me dio, y que hoy debo llorar desperdigada por cientos de hojas que hiciste tuyas, mías. Tu traje diario, ese dorado alternado con el negro luctuoso y galán, me cautivaba. ¿Cuántas veces perdía nuestro tiempo contemplándote así de esbelto? Mas tu inteligencia era verde, no como otros, allá a lo alto de tu cuerpo subido un verde resplandeciente y rutilante. Controlándolo todo. Verde, color que nunca olvidaré. Eras casi único. La robustez de tu tiznado no era comparable a la despótica rebeldía de otros lapiceros. Así nos fue de bien juntos. Escribimos una bonita historia. Tú eras mío. Sólo mío. Y te has ido dejándome sin vida. Ahora, ¿de quién demonios soy yo? No soportaré tu pérdida. Tu ardua muerte. Tu ausencia de mis manos... Tus cenizas sobre mis papeles.
Dedicado a S. N. 2H-4, D4
(made in germany),
con él se fue mi vida...
6 comentarios:
A mí tampoco me gusta ver como se van consumiendo. He de reconocer que siempre le he preferido antes que a su innovador y despersonalizado competidor, el cual no ve llegar su fin a medida que va dejando constancia de situaciones y experiencias sino que muere convertido en un mecanismo obsoleto e inservible que te deja tirado sin previo aviso, provocando las iras de alguien que cree que ese momento nunca va a llegar. Pero llega, y en el momento más inoportuno. Ambos son el mejor reflejo de la diferencia entre la pena y la ira. También prefiero la inteligencia verde, pues suele abstenerse de emborronarlo todo, como hacen sus semejantes. Rindiéndole tributo siempre le concedo el privilegio de que su última aportación sea en forma de una idea productiva y agradable. Manías de un maniático... Saludos.
Gracias por las palabras y su comprensión, amigo victrix. Era tan limpio, tan educado, confidente de mis más oscuros secretos. ¡Lo echaré tanto de menos! Y tiene razón, los hay que no avisan tampoco (como mi 2H), pero es que al menos puedes percibir la lenta consumición de su cuerpo agarrotado, eso de no poder ver el interior de las personas... Como si S.N. 2H fuera feo, pero es que la capucha y el uniforme no lo son todo. Yo siempre usé lapicero, casi por manía -sí, no es usted el único maniático de este globo-, pero el lapicero es lo más fácil de borrar (como si la timidez de marcar algo de por vida me echará para atrás a la hora de usar tintas) sin dejar huella alguna. Es suave, útil, sin necesidad de manejar esas tapas terribles para las que necesitas dos manos siempre porque saltan, o se caen, o no se abren directamente. El dulce colorcillo gris que un lapiz desprende no es comparable a otros fuertes, llamativos, estridentes, o multicolóricos. Y de todos, mi 2H, que, en efecto, no pringa ni emborrona nada puesto que para escribir y escribir no es necesario que eso ocurra.
Ay, qué vida más corta, pero intensa, eso sí. Snif, snif...
¡Un saludo!
Llegó tarde, lo sé, muy tarde quizás, pero no puedo resistirme a escribir un comentario en este impecable artículo. ¡Cuánta metafísica hay en la punta de un lápiz! Y tú nos la describes con un tono sincero, amoroso, casi profundo, haciéndonos ver que sólo un lápiz -una cosa insignficante desde el punto de vista de la calle- y no tanto las personas que tantos quebraderos literarios han dado a los escritorcillos. Tiempo habrá para ocuparlo en la gente.
Pero yace en tus palabras un tan gracioso significado, una complicidad enternecedora y un no sé cómo describirlo. Sabes, yo también tenía un lápiz, mitad moreno, mitad rubio, no recuerdo ahora mismo de qué marca, porque envejeció muy pronto y se le borró. Tanto ha sufrido el pobre en mis peregrinaciones de clase en clase, escondido en un destartalado estuche. Nunca tuve la mala costumbre de morderlo, pero confieso que si lo hubiera hecho me habría sabido muy dulce. ¡Era un pedazo de pan el pobre!
Pero no creas que ha muerto, todavía resiste, desde tiempos inmemoriales, creo que desde los primeros años de la ESO. Y aunque ya está un tanto demacrado, sudado, triste y descolorido, lo conservo en el segundo cajón de mi escritorio. No creo que sea su tumba, porque este año volverá a dar mucha guerra. Y supongo que no le faltarán motivos suficientes para seguir escribiendo.
Enhorabuena por tu escrito, me alegro mucho de poder leerte y ruego me disculpes si desvarío demasiado, porque sin duda si hay alguien que conoce en lo íntimo la psicología del Lapicero, esa eres tú.
Un cordial saludo.
Llegó tarde, lo sé, muy tarde quizás, pero no puedo resistirme a escribir un comentario en este impecable artículo. ¡Cuánta metafísica hay en la punta de un lápiz! Y tú nos la describes con un tono sincero, amoroso, casi profundo, haciéndonos ver que sólo un lápiz -una cosa insignficante desde el punto de vista de la calle- y no tanto las personas que tantos quebraderos literarios han dado a los escritorcillos. Tiempo habrá para ocuparlo en la gente.
Pero yace en tus palabras un tan gracioso significado, una complicidad enternecedora y un no sé cómo describirlo. Sabes, yo también tenía un lápiz, mitad moreno, mitad rubio, no recuerdo ahora mismo de qué marca, porque envejeció muy pronto y se le borró. Tanto ha sufrido el pobre en mis peregrinaciones de clase en clase, escondido en un destartalado estuche. Nunca tuve la mala costumbre de morderlo, pero confieso que si lo hubiera hecho me habría sabido muy dulce. ¡Era un pedazo de pan el pobre!
Pero no creas que ha muerto, todavía resiste, desde tiempos inmemoriales, creo que desde los primeros años de la ESO. Y aunque ya está un tanto demacrado, sudado, triste y descolorido, lo conservo en el segundo cajón de mi escritorio. No creo que sea su tumba, porque este año volverá a dar mucha guerra. Y supongo que no le faltarán motivos suficientes para seguir escribiendo.
Enhorabuena por tu escrito, me alegro mucho de poder leerte y ruego me disculpes si desvarío demasiado, porque sin duda si hay alguien que conoce en lo íntimo la psicología del Lapicero, esa eres tú.
Un cordial saludo.
Creo que ésta es de las pocas veces que veo a alguien escribir un texto tan bello sobre algo que no es una persona.
Publicar un comentario