Yo, por ejemplo, necesito últimamente hablar mucho de mí misma –y cuándo no, en realidad- para encontrarme, y lo que es más terrible, afirmarme. Porque simple y llanamente, sólo conseguía existir para negarme a mí misma. Una crisis existencial cuyos límites no tengo ni la más remota idea de dónde se hallan. Pero me prometí una y otra vez que nunca escribiría de mí misma, mucho menos incluiría en un texto sacado de mis manos el pronombre “yo”, porque suerte tenemos los castellanos parlantes de tener esa posibilidad: suprimir el “yo” simbólico de cualquier oración gramatical. No era más que una tontería, pues trataba así de contrarrestar la parte de egoísta que pudiera tener, con la idea de que evitando mi nominalización expresa (ocultándome de mi realidad) me evitaría a mí también en un escrito, aun utilizando la forma de primera persona. Ilusa de mí. Como si quemando mi cuerpo fuera yo a desaparecer. Bueno, tal vez, pero no se puede contraatacar al egoísmo porque es tan nuestro como nosotros. Porque somos egoístas. Y punto. Muestra de ello es que, en efecto, escribo. Sólo debería evidenciarlo: sí, señores, yo estoy aquí, orgullosa, rauda y veloz. ¿Por qué iba a evitar algo que es tan simple y natural como nuestra misma existencia? Si yo existo, es porque hablo, porque escribo, porque me manifiesto –y no es cosa cartesiana simplemente, existíamos antes de que él lo evidenciara en su célebre cita-, porque puedo decir de mí misma: yo. Y el resto de tortuosos caminos metafísicos, espirituales, inspirados en modestias o huidas existencialistas, los dejamos para los entendidos (o al menos los que sepan, que no aquí). Huir del yo, sí, pero cuando esté putrefacta. Ahora sólo quiero ser yo. Y la culpa es del café. Porque yo desayuno café.
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2 comentarios:
O el café te desayuna a ti... En cualquier caso, una buena idea para una novela (¿cuál? Elemental).
E.C.
cófi-cófi-cófi-cóoofiii
n a c o
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