Llegados al día en que es preciso redactar un anuncio para ofrecer tu amor potencial (y a veces ni eso) al resto de mortales y así “ganar cuota” en una página que hace las veces de nudo contractual o cable entre el cuerpo de un hombre y el de una mujer esparcidos por el mundo –ajenos hasta el momento mismo en que uno de los dos es atraído por la oferta del otro, paga, accede, y se intercambian llamativas palabras que intensifiquen el ritual de seducción emprendido, tales como «qtal bombn», «ola nena» o «cmo stas guapton» —; día en el que una brisita gélida apelmaza los dedos como si de estalactitas de piel se tratasen, incluso siendo protegidos por guantes de cuero, y mejor no hablar del efecto de la misma sobre el apéndice nasal (tan vital y siempre a la intemperie)..., la mayor sorpresa de todas las que podían surgir en la cabeza de una es que estamos vivos. Vivimos, vivitos y coleando, estamos viviéndolo, sí, somos nosotros, sí, aquí, ahora, respirando, moviéndonos, pese a todo. ¿De verdad hay alguien capaz de discutirme que no estaríamos mejor protegidos por el calorcillo de una caja de pino enterrada en el subsuelo, quitecitos, mudos, callando y asintiendo, para poder así apreciar las simas terráqueas, el fascinante rugir de las fallas tectónicas, y los movimientos de cualquier tipo de hexápodo enlutado, en muchas ocasiones muestra de una mayor riqueza intelectual que la que se localiza en la superficie?
Alcanzo muy cansada estos últimos días de no sé que número ya de no sé qué medida temporal adoptada por convención –se llame gregoriana o juliana, eso es prácticamente igual— para el gozo y disfrute de nosotros, tercos humanos afanados en complicar hasta lo más elemental, y de otros, dedicados a traducirnos las más complicadas disquisiciones astronómicas. Perdí la cuenta hace tiempo. Cansada por lo elemental. Agotada por lo complejo. Tenga alguien por seguro que puede insultarme, zaherirme nuevamente, hacer la petaca con mi cama, mojarme los andrajos de papel con infinidad de relatos empezados y abandonados, tirarme del pelo, enredar los cordones de los zapatos, lo que sea... que yo ya no moveré un dedo, no fabricaré saliva y no gastaré si quiera un pensamiento más, un instante más, en formular una respuesta de nivel a tal inocuo objetivo. ¿Cómo narices voy a perder más tiempo recordando cosas absurdas de un miraratrás absurdo en un año completamente prescindible de la más prescindible aún vida? ¿Cómo terminar ya este colofón desventurado que comencé sin ningún propósito? Llevándole la contraria a mi propia levedad, que es, en el fondo, a la única a quien le importa. Así pues, me inmuto hoy. Escribo. Y a horas innumerables, impronuciables, incomprensibles, lo cual enfatiza el desvarío generalizado.
Una bitácora –una persona- que nada en las profundidades poco tiene que hacer para ratificar este año de sobra conocido y asumido por todos. Los recuerdos míos son cosa aparte. Hoy no me apetece recordar un año que en sí mismo se resume por los recuerdos de otros pasados. Hoy no me apetece contar mentiras tralará. Hoy no me apetece contar lo más mínimo de mí, bastante presuntuosidad es la de escribirme. Hoy no me apetece hablar de las bienaventuranzas de todos aquellos que se cruzaron en mi camino –porque se cruzaron realmente en mi camino- y que nunca pronunciarán mi nombre a nadie porque yo ni siquiera me crucé en el suyo propio, puesto que, o carecen de sendas, o simplemente son trazadas por el polvo olvidadizo. ¿Bienaventuranzas, dije? Ni tan siquiera de aquellos que, habiéndose cruzado en mí camino, y esta vez yo también en el suyo –parece ser que en el fondo no soy del todo invisible, lo cual me complace anunciar-, son el viviente reflejo de la estima, de la lucidez, del valor, de la honestidad, de la inteligencia, de la sensibilidad, o de la magnanimidad incurable de los afectos. A éstos les doy las más sinceras gracias que soy capaz ahora de ofrecer, y les deseo lo mejor.
Pero volviendo a lo que hoy no me apetece mencionar, hoy no me apetece mencionar al 2006. Y aun así, lo hago. Con no poco esfuerzo y coraje. Con no poco orgullo, que impele a borrar la palidez de lo sobrante. Lo que cierra mi año no seré yo quien lo desvele. Está en mí, y punto. Que sea sepultado bajo el candado de mi memoria hasta el día en que perezca acorralada, o crepite incendiada. Entre el tiempo, y la pared. Entre el 2006, y lo que venga... Bienpasado queda. Feliz código 2007.
7 comentarios:
Bueno Marta, pues yo te deseo un buen año 2007, sin miedo, sin esperanza, y con una gran biblioteca que tenga una pequeña ventana al mundo.
Gracias Ángel. Lo mismo para ti, y con todas las ediciones de las Memorias de Ultratumba del mundo!
Me uno a la felicitación, ¡qué sería de nosotros sin esas cifras! Moriríamos sin darnos cuenta... Pensándolo bien, sería mucho mejor. Pero, ¿cómo lo diría yo? Reduzcámoslo a la letra, que queda más simpático y produce un efecto más agradable. ¡Feliz año dos mil siete! Las matemáticas son cosa del diablo, decían los talibanes. Y, al menos, en eso, les doy la razón.
Y a propósito del tiempo, si dispone de unos cuantos dígitos vacíos entre apunte y apunte, leéte "La montaña mágica" de Thomas Mann. Una maravilla. Te encantará.
Un cordial saludo,
Samuel.
Pues gracias Samuel igualmente. Tomo nota y compás de la recomendación, Muerte en Venecia no estaba nada mal, y he oído hablar de ése título, pero ¡hay tanto por leer y tan poco libro! Con razón sucumbimos. Total, mientras lo hagamos después de zamparnos los langostinos... Feliz dos mil siete para ti también, amigo.
¿Tan poco libro? ¡Tanto por leer y tan poco tiempo!... quería yo decir. Excusas, no he llegado en condiciones psíquicas óptimas a estas últimas horas del año.
sé de lo que hablas poruqe te has explicado a la perfección, y es verdad que cuando comprendes que eres insignificante y mortal, buff...
mucho ánimo y mejor 007
no eres tan pequeña
n a c o
Gracias también a ti, n a c o. Y, de paso, al resto de batalladores osakenses. Por comprender (intelligere), y por estar, claro, que es lo importante.
¿Pequeña? Que va... ¡chica del norte! Pero sí insignificante, y feliz así.
Un abrazo.
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