6.6.06

(Des)esperando

Esperar. Y desesperar.

Ese instante del que colgar manos, huesos, tejados, y al final, corredores con puertas cerradas. Esa oscuridad etérea que penetra a través de las pestañas, humedeciendo palmas cortantes y rostros angulosos. Esperanza. Y algunos van, y le colocan un color delante. Para cegar, para verlo todo bonito, y con ello, no verlo. Le anteponen una de esas frágiles hileras en que se descompone la luz, como queriendo jugar con las letras y las melodías, preciosas, sí. Verde esperanza: pleitesía. Síntoma de evidente imbecilidad. Absurdeces sólo propias de demonios que matan moscas: de nosotros, vulnerables humanos.

Esperar es hacernos siervos del Reloj, pero, ¿qué otra cosa somos sino fieles marionetas dirigidas por un péndulo desafinado y a contratiempo? ¿Es la vida (muerte) un continuo esperar el minuto preciso? ¿Cabe alguna otra posibilidad para respirar que respirar midiendo su duración? De verdad, ¿tiene algún sentido esperar a ir muriendo lentamente mientras el teléfono suena y el sofrito se chamusca? Todo está abarrotado de vaciedades, pero, si acaso hacernos inútiles servidores de un conjunto de tic-tacs exasperantes es nuestra condena por nosotros. Inapelable. Perpetua.

Los versos de Jodorowsky en “Lo que no hay que callar” son claros:

“Comprender que el Ser es algo que se consume,
hoguera sin leña echando llamas desde el suelo.”

Triste es. Esperar: cavar un hoyo. Sepultar la sombra lentamente, y querer embellecerlo y falsearlo con pinturas; mas, ¿cabe hacer tal con un foso? Desesperante, digo, ¿ves?

Luego esperarlo, es desesperarlo.

No hay comentarios: