Y con la luz de la madrugada a ti no se te ocurría mejor remedio para nuestro mutuo sonambuleo que hablarme de tu cuento favorito: el soldadito de plomo. Pero no era el cuento de toda la vida. No lo recordaba así, el tuyo era distinto. Creaste tu propia versión, hermosa siempre. Y juntos pasábamos horas, inventando, deshaciendo, dando vueltas y trastocando nuestras propias historias a nuestro modo y manera: era más divertido. Me contabas que al Soldadito de plomo le faltaba una pierna porque el taller que lo construyó se fue a pique a causa de las deudas. Y había un Muñequito en una caja musical que no soportaba el Amor entre la Bailarina y el Soldadito. Y por eso decidió tirar al Soldadito por la ventana una noche que llovía a raudales, con tan mala suerte que al soldadito se lo llevó la corriente hasta el alcantarillado.
Mi rostro entristecía en ese momento, lo recuerdo perfectamente, pero tú me animabas diciéndome que no, que el Soldadito en lugar de amedrentarse lágrima tras lágrima, tuvo fuerzas para ir en busca de su preciosa dama con tutú. Pero la suerte de tu cuento nunca iba con él, ya que un enorme pez lo confundió con un suculento cebo y se lo comió. ¿Suerte o desgracia? Quién sabe qué podría haberle pasado, pero afortunadamente el soldadito volvió a casa de su amada gracias a que el pez que lo devoró acabó también en la pescadería del barrio, y finalmente bajo el cuchillo de la misma cocinera. ¡No!, gritaba. No quería verlo, como si tuviera al Soldadito delante, cerraba los ojos... Me consolabas, también, entra penas y noches.
Siempre quise cambiar ese final y darle mi toque a nuestra historia. Mi cuento, con tetrabriks de leche y zumo, como aquel videoclip de Blur que tanto nos gustaba. Un tetrabrik de leche se había extraviado por la ciudad en busca de su amada tetrabrik de zumo de naranja. Ella era preciosa, como la bailarina, lograba engatusar al resto de tetrabriks con el desparpajo que mostraba al mover su cintura rectangular. El tetrabrik de leche estaba realmente triste porque pensaba que nunca volvería a encontrar el frigorífico de su familia, en el cuál le esperaba ella, dormida sobre la balda terceraa la derecha.
La música lo hacía aún más emocionante. Te dabas cuenta de que hasta un tetrabrik podía tener un corazón enorme. Pero él tenía además mucha fuerza, y logró escapar de todos los apuros con tan sólo pensar en ella. Siguió buscando el camino a casa, y gracias los carteles de búsqueda que habían puesto por toda la ciudad sus dueños, una vecina halló al tetrabrik en mitad de la calle, algo cansado y seco de garganta. Regresó felizmente a casa, y cuando abrieron la nevera para ponerle a salvo del calor, se encontró todo un festín preparado entre los refrescos, la fruta, el bote de tomate, las hortalizas, los huevos vestidos de gala, y hasta un pastel de chocolate. Su amada tetrabrik de zumo le sorprendió mediada la noche con un beso, se abrazaron, y juntos se conservaron hasta el desayuno de la familia a la mañana siguiente.
¿Quién no hubiera deseado ser Bailarina alguna vez? Pero de nuestro cuento, del nuestro. La Bailarina, al final, despertaba del hechizo de su malvada profesora de danza, y vio que, en el fondo, el Muñequito era un malvado que quería la fortuna de sus padres (profesores de piano). Así, ella decidió buscar inmediatamente al Soldadito, para excusarse por haberle ignorado durante tanto tiempo. Y fue una noche cuando bajo la Luna y las Estrellas, la Bailarina le confesó al Soldadito su Amor. El Soldadito la abrazó fuerte, porque a pesar de faltarle una pierna, tenía unos brazos amplios e intensos. Y se cerró el telón.
Y un buen día me dijiste adiós. Sin pañuelo blanco. Sin maletas.
Me preguntaste si quería ser bailarina, porque de esa forma tú te convertirías en bocado de un bicharraco acuático de las islas dispuesto a comerte. Yo no quería eso: te pedí que te conservaras enterito, eso sería lo mejor, te dije. Tal y como eres. Y tramé un plan: la Bailarina le robaría la caja musical al Muñeco asqueroso, y podría volar con ella a cuestas en busca del Soldadito hasta que, por arte de magia, el Soldadito y la Bailarina se reconociesen en la Isla, sonase una bella melodía mientras hablaban de la Luna y de sus batallitas antiguas, y ambos se abrazaran para siempre.
¿Alguien dijo imposible? Después de todo eso, ¿no era más difícil que dos supervivientes de las pipas de calabaza se localicen alrededor de la Esfera? ¿Acaso los cuento de niños no tienen magia?
Y, a la vuelta de la estación de tren, me compré el tutú...
El resto de la historia, ya es sabido. Cuatro cartas más, y a la quinta me confesó que se había casado con una azafata de altos vuelos. Las islas son un reclamo turístico. No hubo más cuentos. El tutú, apolillado en el armario. Mis noches ya no son tristes, ahora me limito a cerrar los ojos, y a dormir.
¿Quién no hubiera deseado ser Bailarina alguna vez? Pero de nuestro cuento, del nuestro. La Bailarina, al final, despertaba del hechizo de su malvada profesora de danza, y vio que, en el fondo, el Muñequito era un malvado que quería la fortuna de sus padres (profesores de piano). Así, ella decidió buscar inmediatamente al Soldadito, para excusarse por haberle ignorado durante tanto tiempo. Y fue una noche cuando bajo la Luna y las Estrellas, la Bailarina le confesó al Soldadito su Amor. El Soldadito la abrazó fuerte, porque a pesar de faltarle una pierna, tenía unos brazos amplios e intensos. Y se cerró el telón.
Y un buen día me dijiste adiós. Sin pañuelo blanco. Sin maletas.
Me preguntaste si quería ser bailarina, porque de esa forma tú te convertirías en bocado de un bicharraco acuático de las islas dispuesto a comerte. Yo no quería eso: te pedí que te conservaras enterito, eso sería lo mejor, te dije. Tal y como eres. Y tramé un plan: la Bailarina le robaría la caja musical al Muñeco asqueroso, y podría volar con ella a cuestas en busca del Soldadito hasta que, por arte de magia, el Soldadito y la Bailarina se reconociesen en la Isla, sonase una bella melodía mientras hablaban de la Luna y de sus batallitas antiguas, y ambos se abrazaran para siempre.
¿Alguien dijo imposible? Después de todo eso, ¿no era más difícil que dos supervivientes de las pipas de calabaza se localicen alrededor de la Esfera? ¿Acaso los cuento de niños no tienen magia?
Y, a la vuelta de la estación de tren, me compré el tutú...
El resto de la historia, ya es sabido. Cuatro cartas más, y a la quinta me confesó que se había casado con una azafata de altos vuelos. Las islas son un reclamo turístico. No hubo más cuentos. El tutú, apolillado en el armario. Mis noches ya no son tristes, ahora me limito a cerrar los ojos, y a dormir.
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