No sé qué quieres que te diga. Sí, la lluvia de mayo, la lluvia de mayo. Erre que erre, siempre con lo mismo, parece que no tienes otro tema. Mayo, mayo. Y venga, otra vez. El colmo. Mayo no lleva mayúscula aquí, ahora no me apetece colocársela: mayo. Un mes no es significante de nada aunque tú lo digas y lo repitas y me dé tumbos la cabeza con esas cuatro letras grabadas. Sé que estás deseando que apague esa canción que suena de fondo para volver a decírmelo –¡mayo!-, y así lograr que una vez más trate de emborronar tu rostro con nata espumosa para darte un aspecto más suculento antes de que mis mandíbulas te clamen silencio. Pues te digo que no; he perdido la cuenta de las veces que he escuchado este mismo Out of control en el Slane Castle al que nunca fui hace más de tres años, y los five hundred pounds dichosos me agujerean ya hasta las orejas, pero no voy a cejar en mi empeño por ignorarte. No apagaré el concierto. Menos aún si me lo suplicas tú. ¡Ja! Ahora dime que soy cualquier cosa menos una estudiante de segundo de carrera en condiciones. Lo acepto. Incluso que me perfores los oídos con tu silábico taladro por vocecilla. Aceptaría dos clavos y una cruz si me los ofrecieras tú. Porque nunca, nunca -¿me oyes ahora?- nunca conseguirás convencerme de que eres mi rostro primaveral. Menos aún mi reflejo diurno en el mes de mayo. Yo no me parezco en nada a ti. Para empezar tengo ojos, rostro, y unos dientes más cuidados. No tienes nada que ver conmigo. Ni siquiera esa horterada que llevas puesta sobre la cabeza. Nunca me pondría algo semejante. ¡Desaparece! No tienes nada que hacer aquí. No sé qué pintas en mi vida.

Y no te hagas la llorona, escúchame ahora: no eres nadie. Nadie. Aunque yo tampoco lo sea, no vas a arrebatarme mi aliento (¿para qué quiere un esqueleto aliento?), mi calendario, mis apuntes, mis peluches, mi póster de Justin Timberlake con camiseta ajustada, mis recuerdos, mi estilográfica, mis variopintas pulseras de muñeca, mi muñeca, mi ropero, mi concierto de U2 –el cual sigo escuchando pese a tu griterío insoportable—, mi colección de capuchas de chupa-chups, mis sueños, mis temores, mi estantería o mis mapas del mundo. Ni hablar. Tú no. Mírate, no eres más que un conjunto de huesos desordenados y una estúpida pamela con florecita. Las fosas de tus ojos parecen raquetas de ping-pon. No sigas: tanto mayo no tiene sentido. Mayo no es nada. Es menos aún que tú misma. Y, a todo esto, ¿quién demonios soy yo? ¡Oh! No puede ser. Una sombra apuntalada en una silla giratoria, rodeada de apuntes con letra fina y libros sin ilustraciones, respondiéndole a un esqueleto que dice ser mi reflejo en la pantalla. Y que me habla de la lluvia de mayo. De locos. ¿Locas? ¡Leñe! No es mayo el problema. Es junio. ¡Junio! ¿Qué? No me esperes, junio prolífico, es tarde. Debí haberme dado cuenta antes. Buscaré un atajo... ¿Un atajo ante el precipicio? ¿Existen atajos abismales? En ese caso daré media vuelta. Me iré por donde he venido. Y ahí te quedarás con tus huesos, nadando entre polen y apuntes, coreando un absurdo mes del aún más absurdo año de la vida completamente absurda. Lluvia de mayo, lluvia de mayo. Sí, y diluvio de junio. Permíteme, volveré a estudiar... Lo siento. ¿Café o té?
No hay comentarios:
Publicar un comentario