25.5.06

Café, velas y no sé qué más

Y todo en mi cabeza vuelve a una misma idea sin que yo sea capaz de armarme de valor, colgarme unos guantes herméticos, un casco con linterna, un caparazón de marfil con bolsillo delantero para guardar mi chupa-chups bendito, dos colmillos afilados y visibles, una sierra eléctrica, el gesto fruncido, una buena dosis de mala leche, y ansíe destrozar y hacer trizas esa enorme sombra que se antepone a mi vista llamada “remordimiento de conciencia”. Y es que comienzo, sigo, termino, retorno, dejo, descanso, voy y vengo, cierro los ojos, los abro, suspiro, pelos de punta, piel de gallina, y siempre igual, con ella delante. Café y más café. Tarde de café. La de ayer fue una tarde insípida, toda ella malgastada entre tochos de escalas impositivas con polvo incrustado, sonsacados de la biblioteca, calores y más calores, cuatro compañeras durante seis horas enclaustradas en una sala del Aulario, con más polvillo blanco de tiza y un encerado para nosotras solas, y una buena mujer de la limpieza, jovial ella, que se asomaba de vez en cuando a la puerta, como queriendo curiosear y percatarse de que aún estábamos todas respirando. Pues la tarde de hoy, café. Yo sola. Y mis montañas de papel.

Y, al cabo, cuando mi cabeza no se diferencia ya del péndulo del reloj, tic-tac, derecha-izquierda, descubro esa masa gigantesca al estilo del muñeco Michelín sobre mis hombros. Remordimientos. Y una sorpresa en la pantalla de mi solitario ordenador con matasuegras colgado a causa de su cuarto cumpleaños. Y yo sin enterarme. Como si fuera un regalo. Y en forma de apócope de no sé qué efecto de la fotografía (¿era aberración, qué era?). Y le digo a mi ufana pantallita, que sonríe ya casi por costumbre: “mira, esto seguro es para ti, total, tú si que te lo mereces hoy”. Y ese plin del “[2] mensajes nuevos” tan característico. Tan deseado. Y café. Y más café. Mi habitación parecía una cafetería esta tarde. En lugar de tarta de cumpleaños había vasitos de café desperdigados por toda ella. ¡Alucinante! Una cafetería en uno de esos dos escritos recomendados en los dos mensajes nuevos. También había algo de música, y ¡sí! música también en el otro escrito. Siempre la hay donde estemos, aunque sea en nuestras recuerdos. Y, con el luego, hay remordimientos. Hay ciudades, hay conciertos, hay distancias, hay cadenas y barrotes. Bob Dylan el 9 de julio, Valladolid, Valencia no sé qué otro día. “Sí, sí Marta, no te entusiasmes tanto porque sabes tan bien como yo que las ilusiones se derrumban”. Y casi fue ayer cuando te bajaste cuatro canciones de ese Bob, y radiaste algo así como treinta millones de veces el Knockin´ on Heavens Door. Dylan.

Y yo sin querer planificar ni prometer. Mea culpa. Y otra vez la masa enorme con forma de remordimientos. Conciertos. Absurdos. Dylan, ahora. Tal vez eso nunca llegue, ahora los días me parecen desiertos y a la vez el tiempo pasa deprisa y el abismo vertiginoso. Y otra vez el café, y esa historia que ¿continuará? Y luego leo en el escrito un “¿Te vienes?” que casi me parece agónico porque siento mío, como la tierna vocecilla de un duende y una súplica irresistible de auxilio, una proposición decente y terriblemente fascinante. ¡Oh! No hay parpadeo. No hay constantes. Ha tenido que despertarme un claxon en la calle. ¿Será alguien que quería felicitar a mi ordenador? Pero ¡no! Otra vez la masa hinchada que ahoga, y mi cabeza tambaleando como las agujas del reloj. Remordimientos. Conciencia. Papeles. Montañas. Ceros. ¡Ufff!, y yo con estas pintas. La masa compacta otra vez. Y sin armadura. Me siento como un café cuando la mano tropieza con el vaso y se vierte inútilmente sobre la mesa. Y deshace los papeles. Y lo pringa todo.

Voy a tirarle de las orejas a este prodigio de la Sonrisa en que se ha convertido mi jovencita computadora. 1-0-1-0... ¿Cómo se le felicita a un ordenador? ¿Con música? ¿Qué le canto? ¿Más café?

Libertad, espérame a la vuelta de la esquina. Algún día te conquistaré, querida Libertad.

Cuando salga de estos barrotes, no lo olvides. Y ¡claro! Con una aguja me bastará para desinflar esa masa de michelines llamada remordimientos. Pediremos ese taxi a la Stairway to Heaven.

O tal vez pediremos café, sin leche. Para celebrar el cumpleaños de mi ordenador, y aquel concurso al que me presenté hace cuatro añitos que fue lo primero que redacté en él. Lo perdí. Pero me queda el ordenador. Me doy cuenta de que lo pierdo todo, pero siempre me queda el ordenador, como mudo, con su matasuegras inútil, sus canciones, y el café.

Y, ahora, también me queda Dylan. Knockin´ on Heavens Door...

Y un no-querer-soñar.

Soñando...

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