
Del poliedro de luz que se desprende sobre su sombra,
se fugó, trasversal, el ruido, el silencio, marchitando en el nombre,
enmudeciendo, rozando la tibia caricia de un cuerpo.
El frío hervir del morir en el tiempo.
El lívido respirar de un bocado de viento.
El servil sorbo de una gota de lluvia.
Y callar.
Callaron.
¿Por qué dormir ahuyentando la fatigosa amistad
de una copa de vino?
¿Por qué no refugiarse en el sombrero estrujado,
bajo el reflejo transitado del galope mundano?
En un discreto rincón, lució una sonrisa deshaciendo el mar azul
que la voz del día recordaba.
En un discreto rincón, se alzó un fútil murmullo de nebulosa
que rodeaba amarilla una rosa posada.
La rosa murió.
La voz resonó.
Frágil.
Y los tambaleos de sus ojos se revelaron armoniosos,
tras el mirlo, tras el lirio, tras la huida del grito
a un discreto rincón de luz.
Azul.
Azul...
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