16.2.06

El piano de hielo

El pianista deslizó sus frágiles dedos sobre la escalera de invisibles peldaños de hielo. Cada tecla sucumbía ante el cadencioso pestañeo de la melodía. Ella escuchaba en silencio desde la sombra que proyectaba la estantería repleta de viejos libros. Una sonrisa se desprendió sobre su rostro, al tiempo que, con una mueca, él le sugirió que se acercase al gélido piano para poder atrapar ella misma un susurro con sus finas manos. Impelida por la belleza de aquella melodía, se acercó tibiamente hacia el pianista. De repente, unas notas comenzaron a atropellar a otras bruscamente. El sonido se aceleró. Ella se asustó y retrocedió sobre sus pasos, cuando se alzó desde el suelo un mosaico difuminado de brillo excesivo.

Las agujas se cruzaron sobre el insolente juego de cifras concéntricas que reposaba en la pared. El claroscuro avanzaba. Lívida ella, desde la oscuridad, seguía contemplando cómo ambos, pianista y piano, eran definitivamente atrapados por la estela de brillo que penetraba a través del cristal. Él enmudeció, mientras observaba al poliedro de hielo derretirse con la brisa de la melodía que se abría desde las teclas inmóviles. Cerró sus ojos. Queriendo esfumarse en el mismo crepitar de esa caduca melodía. El piano se deshizo al sol. Se escurrió sobre el suelo. Y, finalmente, el pianista también desapareció bajo el dibujo de luz, quedando ella sola en la inmensidad de la habitación. Permanecía silente dentro de la penumbra de la biblioteca. Nada más que estantes vacíos. Nadie más. Invisibles ya, piano y pianista, huyeron con el brillo. La veta de sol se escapó fugaz tras ellos. Pero las notas polifónicas seguían desprendiéndose sobre el espacio cerrado. Todo se tornó en oscuro. Y el reloj calló.

1 comentario:

e-Pisko dijo...

Brillante.