
El viento sopla. La arena se desliza sobre la piedra de mármol. El silbido del aire es la melodía. Dos mundos muertos que se entrecruzan en el cementerio. Los dos muertos, insisto. Se solapan. Previamente, uno ha enterrado al otro. En tan sólo un instante, ambos cuerpos yacen en el suelo. Cubiertos por la misma arena que baila en el espacio, abrazada a la música. Y sus ojos se cierran.
Nacimos estando muertos. Otros murieron mientras nacíamos. Ahora, todos muertos. Y nada más importa. Nada más que la arena en la que caímos, de la que ya nunca levantarnos. La bisagra que rechinó aquel día no era más que el trueque de la campana. Se derrumbó un mundo, el viejo, con ellos, con sus vahídos, y se nos abrió su reverso, a nosotros, el otro mundo, que no hemos de agradecer. Porque nada hicimos para habitarlo, si es que lo habitamos alguna vez. Ya es tarde. Se escaparon las fantasías. Y ahora se nubla la ingeniería. Nunca existió su mundo. Invisible. Por ello, nunca podremos existir en el nuestro. Muerto(s).
Nacimos estando muertos. Otros murieron mientras nacíamos. Ahora, todos muertos. Y nada más importa. Nada más que la arena en la que caímos, de la que ya nunca levantarnos. La bisagra que rechinó aquel día no era más que el trueque de la campana. Se derrumbó un mundo, el viejo, con ellos, con sus vahídos, y se nos abrió su reverso, a nosotros, el otro mundo, que no hemos de agradecer. Porque nada hicimos para habitarlo, si es que lo habitamos alguna vez. Ya es tarde. Se escaparon las fantasías. Y ahora se nubla la ingeniería. Nunca existió su mundo. Invisible. Por ello, nunca podremos existir en el nuestro. Muerto(s).
“Ven, muerte, tan escondida,
que no te sienta venir,
porque el placer del morir
no me vuelva a dar la vida”
Calderón de la Barca
Y el cementerio se visita hoy. La música compuesta por el martillo. Su nombre: noviembre. 1989. Bernauer Straße, Postdamer Platz… ¿Acaso sucedió sólo en Berlín? ¿No somos nosostros sus visitantes? La vida de los muertos está en la memoria de los vivos (Cicerón dixit). De los vivos por muertos. Por cabizbajos, por resignados, por perennes habitantes de un mundo que, pese a ser el nuestro, no vivimos. El viento sopla. Y los dos mundos exhalan su aliento sobre la arena, sobre el cemento, de un espejismo berlinés demasiado real. Y demasiado velado.

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