El volante bajo mis manos y la carretera ante mis ojos.
Me enfrento de nuevo a una batalla contra el tiempo. ¿Quién ganará? Quién va a ser, leñe, pues él. Aquí sigo, sin arrancar el motor, pensando en lo mismo que hace un minuto, pero con un minuto menos de vida.
El volante bajo mis manos y la carretera ante mis ojos.
Lista para combatir cualquier bache con un parche, pero así no se puede arreglar el mundo. ¿Hace falta construirse una casa lo más alejada posible del suelo para que no salpique la sangre? Porque si no pisas no eres. Si no te mojas, no ganas. Si no inviertes, pierdes. Si no hablas, callas.
El volante bajo mis manos y la carretera ante mis ojos.
Me pregunto para qué sirve pasarse cuatro días redactando un trabajo sobre keynes si al ir a graparlo tienes las manos manchadas de grasa de las patatas fritas que comiste entre tanto. Siempre podrás volver a imprimirlo, pero la tinta y el papel no serán los mismos. La realidad no vuelve... ¿Hay algo inmarcesible?
Pero estoy en el coche, me quejo del calor, del efecto invernadero, pongo el aire acondicionado, y un cuarto de hora después me quejo del frío. Qué espero si es verano. No puedo convertir mi mundo en otro mundo donde en verano haga frío y en invierno, calor. Donde en lugar de la música reine el silencio, donde las leyes estén subvertidas, donde el que hable es el que más tiene que callar, donde el conductor no conduzca y el cantante no cante, donde tiremos a la basura la alegría y utilicemos la amenaza, donde en lugar de usar la imaginación se cree un aparato que te imagine tu realidad a medida, y donde la coherencia esté por llegar, porque ese mundo... ya existe.
El volante bajo mis manos y la carretera ante mis ojos.
¿Por qué buscamos oro en el quinto pimiento del planeta cuando tenemos tantos tesoros alrededor? Porque tal vez no hayamos abierto aún los ojos para apreciarlos, y nos pasen inadvertidos. O abriéndolos, hemos mirado tan lejos que no vemos lo cercano, alcanzable con las manos.
Observo y me doy cuenta de que yo soy mar-ta, pero no estoy formada por dos sílabas simplemente. Y me pregunto qué pinto encerrada en un coche y sin salir del garaje.
¿A dónde voy si puedo hacer tanto aquí? ¿A quién busco allí? ¿Qué narices he perdido en esa ciudad con mar a la que voy? ¿Qué puedo encontrar allí que no pueda sucederme aquí? ¿Por qué pierdo espacio en mi mente memorizando mi número del dni y no recordando todas las cosas bonitas que he vivido? Porque quizá las cosas bonitas que me queden por vivir puedan ser setenta y un millones ciento treinta y siete mil y pico, y acaben en la A de algún lugar que sea este mismo coche arrancando el motor, o gripándose, o en la mirada de alguien que se llame amigo, alberto, andrés, ángel, antonio o javier, o en busca de alejandría.
Me enfrento de nuevo a una batalla contra el tiempo. ¿Quién ganará? Quién va a ser, leñe, pues él. Aquí sigo, sin arrancar el motor, pensando en lo mismo que hace un minuto, pero con un minuto menos de vida.
El volante bajo mis manos y la carretera ante mis ojos.
Lista para combatir cualquier bache con un parche, pero así no se puede arreglar el mundo. ¿Hace falta construirse una casa lo más alejada posible del suelo para que no salpique la sangre? Porque si no pisas no eres. Si no te mojas, no ganas. Si no inviertes, pierdes. Si no hablas, callas.
El volante bajo mis manos y la carretera ante mis ojos.
Me pregunto para qué sirve pasarse cuatro días redactando un trabajo sobre keynes si al ir a graparlo tienes las manos manchadas de grasa de las patatas fritas que comiste entre tanto. Siempre podrás volver a imprimirlo, pero la tinta y el papel no serán los mismos. La realidad no vuelve... ¿Hay algo inmarcesible?
Pero estoy en el coche, me quejo del calor, del efecto invernadero, pongo el aire acondicionado, y un cuarto de hora después me quejo del frío. Qué espero si es verano. No puedo convertir mi mundo en otro mundo donde en verano haga frío y en invierno, calor. Donde en lugar de la música reine el silencio, donde las leyes estén subvertidas, donde el que hable es el que más tiene que callar, donde el conductor no conduzca y el cantante no cante, donde tiremos a la basura la alegría y utilicemos la amenaza, donde en lugar de usar la imaginación se cree un aparato que te imagine tu realidad a medida, y donde la coherencia esté por llegar, porque ese mundo... ya existe.
El volante bajo mis manos y la carretera ante mis ojos.
¿Por qué buscamos oro en el quinto pimiento del planeta cuando tenemos tantos tesoros alrededor? Porque tal vez no hayamos abierto aún los ojos para apreciarlos, y nos pasen inadvertidos. O abriéndolos, hemos mirado tan lejos que no vemos lo cercano, alcanzable con las manos.
Observo y me doy cuenta de que yo soy mar-ta, pero no estoy formada por dos sílabas simplemente. Y me pregunto qué pinto encerrada en un coche y sin salir del garaje.
¿A dónde voy si puedo hacer tanto aquí? ¿A quién busco allí? ¿Qué narices he perdido en esa ciudad con mar a la que voy? ¿Qué puedo encontrar allí que no pueda sucederme aquí? ¿Por qué pierdo espacio en mi mente memorizando mi número del dni y no recordando todas las cosas bonitas que he vivido? Porque quizá las cosas bonitas que me queden por vivir puedan ser setenta y un millones ciento treinta y siete mil y pico, y acaben en la A de algún lugar que sea este mismo coche arrancando el motor, o gripándose, o en la mirada de alguien que se llame amigo, alberto, andrés, ángel, antonio o javier, o en busca de alejandría.
El volante bajo mis manos y la carretera ante mis ojos.
Tic, tac. Un niño menos. Un niño menos. Un niño menos. Un niño menos. Un niño menos. Suena a anuncio, pero es real. ¿Y qué hago yo? Pensar, y perder mi tiempo. Porque no voy a estrellar mi coche en el mediterráneo queriendo llegar antes a algún lugar de áfrica para evitar un niño menos y así salir en las noticias. Ni tampoco voy a mencionarlo en la cena porque a alguien se le atragantaría la langosta, me llamaría loca y además no es chic. Hasta que un día me dé cuenta de nuevo, y, entonces, ¿cuántos menos contarán?
Pero el volante sigue bajo mis manos y la carretera ante mis ojos.
Siempre hay alguien que deshace lo que tú haces, porque tú deshaces lo que otros hicieron. Está bien, de acuerdo:
Soñemos.
Amemos.
Tic, tac. Un niño menos. Un niño menos. Un niño menos. Un niño menos. Un niño menos. Suena a anuncio, pero es real. ¿Y qué hago yo? Pensar, y perder mi tiempo. Porque no voy a estrellar mi coche en el mediterráneo queriendo llegar antes a algún lugar de áfrica para evitar un niño menos y así salir en las noticias. Ni tampoco voy a mencionarlo en la cena porque a alguien se le atragantaría la langosta, me llamaría loca y además no es chic. Hasta que un día me dé cuenta de nuevo, y, entonces, ¿cuántos menos contarán?
Pero el volante sigue bajo mis manos y la carretera ante mis ojos.
Siempre hay alguien que deshace lo que tú haces, porque tú deshaces lo que otros hicieron. Está bien, de acuerdo:
Soñemos.
Amemos.
Vale.
Pero...
¿Miedo a qué? Miedo a pensar en eso en lo que todos pensamos, sí, todos, pero nadie lo reconoce. Miedo a pensar en que la noche dure tan sólo un minuto y al instante siguiente salte el despertador haciendo temblar las paredes del dormitorio. Miedo a que lo bello que tiene el día, y que es la noche, no sea lo suficientemente larga para darle todos los besos que la distancia nos roba. Miedo a pensar que cuando llegue, él ya se habrá ido. Miedo a pensar que el mar, con una de sus olas, se llevará la huella de su pie sobre la arena, y cuando tú intentes conservarla haciendo un fuerte, ya será demasiado tarde porque el agua también se llevará la muralla de barro. Miedo a que cada minuto que pierdo pensando esto, sea también un minuto que no invierto en hacer feliz a alguien.
El volante bajo mis manos y la carretera ante mis ojos.
Pienso que luchar es sencillamente inútil si al final de este desvarío no he logrado más que hacer perder tu tiempo, y el mío.
Porque...
No he arrancado el motor y, sin embargo, amanece.
Pero...
¿Miedo a qué? Miedo a pensar en eso en lo que todos pensamos, sí, todos, pero nadie lo reconoce. Miedo a pensar en que la noche dure tan sólo un minuto y al instante siguiente salte el despertador haciendo temblar las paredes del dormitorio. Miedo a que lo bello que tiene el día, y que es la noche, no sea lo suficientemente larga para darle todos los besos que la distancia nos roba. Miedo a pensar que cuando llegue, él ya se habrá ido. Miedo a pensar que el mar, con una de sus olas, se llevará la huella de su pie sobre la arena, y cuando tú intentes conservarla haciendo un fuerte, ya será demasiado tarde porque el agua también se llevará la muralla de barro. Miedo a que cada minuto que pierdo pensando esto, sea también un minuto que no invierto en hacer feliz a alguien.
El volante bajo mis manos y la carretera ante mis ojos.
Pienso que luchar es sencillamente inútil si al final de este desvarío no he logrado más que hacer perder tu tiempo, y el mío.
Porque...
No he arrancado el motor y, sin embargo, amanece.
Foto: American Dream, Bronx.
2 comentarios:
a mí me has hecho más feliz
gracias
n a c o
[...]
Well now you are free
That was the river
This is the sea!
[...]
The Waterboys. This is the sea.
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