A mi encuentro naces en cada mañana,
tras noches de batalla hay sólo sarmientos,
arañando así en mi piel con tus lamentos,
despiertas cual perfume de luz arcana.
Y ves la trivialidad de tus hazañas
libres (que no libras), hace que deshace,
te escondes asustado y tu sombra esparce
gélidos llantos en auroras que dañas.
Me desnudo –ahora sí- ante tu abrigo
porque vienes presto a los dorados llanos:
el haz de tu mirada cálida persigo.
Ya en tu guarida, el ocaso, frío y alanos.
De noche imploro tu regreso. Ay, amigo,
tiernas hebras sangran de tus bellas manos.
13.1.07
Soleto
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