Amanece en Contramundo. Las ventanas permiten penetrar los últimos rayos de luz del día. Ella corre el telón mientras nace una sonrisa de sus labios. Él la mira. Él la ama. Él la destruye. Un tierno pajarillo que se hallaba en el interior de la estancia revolotea trazando un laberinto de rumbos en el aire. Ella abre bruscamente el cristal. El pajarillo se introduce entonces en la vida, en su vida: despierta la noche oscura que encierra en su interior un sinfín de vientos cálidos. Es pronto aún para besar. Por eso él la llama, y ella acude entusiasmada al encuentro de sus manos. De pronto, el despertador suena de forma exasperante.
Despertamos.
Las cosas son siempre como las observamos. Observémoslas...
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