4.8.06

Desprevenidos

Sabía perfectamente, antes incluso de reconocerte, que aquella improvisada charla en la esquina de la floristería no duraría mucho. Sabía que entre pitos y flautas nos darían las tantas bajo el efecto de la melancolía de café, reprochándonos historias obsoletas y asaltando las opuestas orejas –que no oídos, porque sólo hacíamos hablar- con más ensaimadas personales y merengadas hastiantes, queriendo llamar la atención de no se sabe quién más, rehaciendo la eterna colección de nombres con la que solíamos presumir sobre el tapete podrido por los años. A falta de otros méritos. Lo uno llevó a lo otro, y finalmente los nombres derivaron en las letras, y las letras culminaron en un afrodisíaco silencio de pared. Hasta que el reloj trinó. Y tus manos sucumbieron.

Eras patético. Patoso, te llamaba. Me gritabas. Realmente, eras un caso especial. Al cabo, me descubro dormitando a tu lado, dominado mi espejo por las arrugas –pese al pastón que me dejé en cremas revitalizantes, recompuestas, reconstruidas, reparadoras, reestructuradoras y redesprendidas del bolso- y las progresivas tallas de mis pantalones por las nalgas excelsas. Y con la luz del sol matutino tus brazos tornaban en insípidos tallarines descolgados, el blanco se puso de moda en tu pasarela capilar, los dedos ensanchaban sin límites, casi tanto o más como tu prolongación panzuda, perdiste un anillo que ni siquiera sé qué pintaba en tu dedo, y el caniche te destrozó la pantorrilla derecha cuando osabas darle una patada a una pelotita de colores por enésima vez. ¿Acaso te creíste que el perro era tonto e iba a seguir corriendo detrás de tus caprichos día y noche sin que te molestases en ofertarle un solo huesecillo? Lamentable...

En definitiva, nuestra vida era un completo escándalo. Y lo sigue siendo. Bajo tintes de personas aparentemente desavenidas. Porque, en verdad, desprendes amor como el viento que sopla en esta noche fresca sobre mi cuerpo. Batalla tras batalla, café tras café, flor tras flor, salpicando la vida en ligeros aspavientos desprevenidos, y derrochando sueños como si fueran caricias alojadas en tu rostro abstraído por la complacencia. Así hasta la extenuación. Y otro ramo de rosas al llegar a casa. Y otra reconciliación. Y otro beso. Y otro gemido. Amanecer a tu lado, y vuelta a empezar. Pues eso, chocolate hueso.

2 comentarios:

El Cerrajero dijo...

Mejor montar en bicicleta que en tándem.

Anónimo dijo...

Dejaste un texto en mi pizarra oscura y de vez en cuando me asomo a tu universo. Hermoso texto por lo que tiene de adulto.