14.5.06

Abanicando a dos manos

Qué lástima. Hoy estás insoportable, querida. Pensándolo bien, ¿cuándo no lo has estado? Pero esta idea tuya de abanicarte a ti misma con el papel es el no va más de la ridiculez. ¿O no? No me digas más. Va a ser que el Horses ese que ha pasado por tus oídos cosa de cien veces en todo el fin de semana desde el viernes por la tarde te ha dejado sin estímulos más que para balancear los brazos de un lado a otro de la mesa al tiempo que tus labios simulan unos caballos cuando menos frustrados por haber nacido en el año con los dos números trastocados. De niños. Que ya es decir.

Podrías haber elegido atusarte el pelo con cada campanada del reloj de salón que hasta hace dos meses estaba permanentemente atrasado –desde tu cama escuchabas en plena noche las siete de la mañana, aún peor, anochecía a las once de la noche, y todo ello te producía una fascinante ausencia de verosimilitud entre tu mundo y el Mundo—, pero que gracias a la finísima mano de tu padre el retraso acabó por ajustarse y volviste a la marcha real. Podrías haberte puesto a elegir el sabor del helado de caja que permanece silencioso en el interior de esa cajita de cartón almacenada en el congelador. Podrías haberte puesto a lanzar al aire todas las hojas de ejercicios que se reproducen por momentos sobre tu mesa, para posteriormente, haberte agachado a recogerlas y haberte dado el consiguiente coscorrón casual con el canto del mueble, lo cuál te hubiera hecho recordar tus años de quejiqueras y así te hubieras ido a hacer mimitos a otra parte. Podrías haberte puesto a reorganizar por colores, tallas, gustos y utilidades la ropa del armario empotrado que de tan empotrado que está en la pared parece no ser advertido por tus ojos más que accidentalmente.

Y, claro, ya puestos, podrías haber salido a correr un rato, bien arregladita, por la orilla del río para cruzarte a uno de esos atletas morenos con pantaloncito corto y camiseta sudorosa que se cruza de forma imprevista cada mañana en la que llevas puestas unas legañas por vestuario y no te da tiempo a reaccionar. Al menos, hubieras logrado hacerte visible, aunque fuera con una caída al río, lo cuál ya es mucho ganado por hoy. O bien, podrías haber cogido los cientos de mapas y la esfera con luz que aguarda muda en tu estantería y haber puesto a decidir en qué país de todos comenzar esa vuelta al mundo que algún día se te cruzará por delante disfraza de improvisto, sin que puedas hacer más que saludarla y reprocharla: “¡Oh, yo quería ver el Duomo de Florencia! Debiste haber esperado a que decidiera por dónde empezar.” Sí, y yo bañarme en leche de burra. ¿Decidir? ¿Tú? Pero niña, ¿qué va a decidir una indecisa natural? ¿Estás loca? Tú no sabes decidir nada. Pasarían años hasta que encontraras una medida adecuada a tu pelo. Por otro lado, ya han pasado años y sigues sin encontrársela. El caso es que podrías haberte puesto a mirar por la ventana, a conjurar el mundo, incluso a ver un estúpido programa en la aún más estúpida televisión. Pero no.

No. Tú siempre tan positiva. De todo eso, vas y decides escribir. Escribir durante un rato. En tercera persona. Eso, escribir estas líneas. ¿A tanto llega tu Ego? ¿Tan joven y ya tan crecida? Eso, déjale, déjale, como dice tu madre, que aún tiene mucho que ofrecernos. Las cosas han de ir a su ritmo. El ritmo a sus cosas. Y tú, ale, a escribir. Escribir y escribir. ¡Qué demonios! Esto te va a salir caro. No lo sabes bien, pedazo de imprudente. Vas por la vida con tu libreta verde, y tus dotes de timidez y detallismo. Y no puede ser. Con esos donaires de humildad, buen ver y queda-bien. De poquita cosa. Modosita. No, no, no. Tu ombligo, tu ombligo. Tu ombligo va a acabar contigo. Tus ojos comenzaron a cavar tu tumba hace unos años. Luego tus oídos, con ese grotesco “Jesús murió por los pecados de alguien, pero no por los míos.” Ahora tu ombligo. Ya me lo dirás más adelante. Donde las dan, las toman. Pero no me hagas caso, erre que erre. Sigue soñando. Como buena cabezota. Abanicos, abanicos, y más abanicos. Algún día nos veremos las caras en el espejo. Sin legañas. Y me leerás esto mismo. ¿O ya me lo has leído? Es igual. Allá tú. Y sino, al tiempo...

No hay comentarios: