Ya no queda nada.
Amanece, y todo se borra, se nubla.
Como un dibujo de acuarela bajo el agua.
Todo muere.
La luz del día ensombrece la risa,
la luz del día anochece sobre las cenizas caminantes,
que caminan a medianoche y mastican luna sincera.
Luz de noche, ¡vuelve! Marchitos caemos en el día.
Ya no queda nada.
Como viruta veo todo lo que me rodea.
Cual frágiles perlas se esconden los recuerdos en sombra
mientras la oscuridad guarda silencio y alterna el ruido matinal.
Muere todo. Morimos.
Y viendo gatear al simplón viejo
que sopla al aire para hacerlo volver.
Y viendo amanecer un otro más: un de-más excesivo.
Ya no queda nada.
El día se salva, la noche huye decrépita,
se escapa y vuela, sin volver ya nunca nueva.
Gentes, clones, pálidos sonámbulos que guardan silencio.
Que miran lento, en masa. Que ignoran. Que desprecian.
Cenizas insípidas.
Ya no queda nada.
Nada.
¿Qué somos pues? Lágrima. Viento. Tiempo.
Arañazos de tempestad y polvo.
Caricias de noche y silencio.
Y días marchitos.
Extraviados en el vacío carraspeo de la aguja dorada.
De la campana prendida, y ese hilo del que pendemos.
Ya no queda nada.
Ya nadie queda. Nadie.
Ni nada.
Al aire. En él.
¡Soplen, por favor!
O abran el grifo...
Amanece, y todo se borra, se nubla.
Como un dibujo de acuarela bajo el agua.
Todo muere.
La luz del día ensombrece la risa,
la luz del día anochece sobre las cenizas caminantes,
que caminan a medianoche y mastican luna sincera.
Luz de noche, ¡vuelve! Marchitos caemos en el día.
Ya no queda nada.
Como viruta veo todo lo que me rodea.
Cual frágiles perlas se esconden los recuerdos en sombra
mientras la oscuridad guarda silencio y alterna el ruido matinal.
Muere todo. Morimos.
Y viendo gatear al simplón viejo
que sopla al aire para hacerlo volver.
Y viendo amanecer un otro más: un de-más excesivo.
Ya no queda nada.
El día se salva, la noche huye decrépita,
se escapa y vuela, sin volver ya nunca nueva.
Gentes, clones, pálidos sonámbulos que guardan silencio.
Que miran lento, en masa. Que ignoran. Que desprecian.
Cenizas insípidas.
Ya no queda nada.
Nada.
¿Qué somos pues? Lágrima. Viento. Tiempo.
Arañazos de tempestad y polvo.
Caricias de noche y silencio.
Y días marchitos.
Extraviados en el vacío carraspeo de la aguja dorada.
De la campana prendida, y ese hilo del que pendemos.
Ya no queda nada.
Ya nadie queda. Nadie.
Ni nada.
Al aire. En él.
¡Soplen, por favor!
O abran el grifo...
1 comentario:
De la nada contigo el frío me hace silencio. Nueva York fue. Contigo nada es más que nada,
antenas verdes las mañanas, la fe, el frío que dibuja hoy tampoco tu espacio.
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