19.2.06

Madre Volga

Llevan mis ojos deambulando unos días sobre las hojas de un libro fascinante: Madre Volga. Toda Rusia cabe en ese libro. Toda. Porque Rusia nada es más que Volga. Y nada ha de ser más que literatura. El autor, un Manuel Leguineche, explorador de mundos trasnochados a los que la noticia dejó de llegar hace mucho tiempo –pese a ser objetivo de ella día sí y día también—, consigue mantener una vibración entusiasta a lo largo del libro. El relato de su viaje, tan entretenido que el lector es incapaz de levantar la vista, se desvela a lo largo de sus páginas entre arrumacos literarios e históricos, que pervierten, si acaso, toda esa neblina ribereña en una ensoñación lírica. De la mano de Esenin –y del Esenin, el barco en el que se encuentra navegando a través del Volga—, el bello paralelismo le sirve para cabalgar a lo largo de los más conocidos literatos, poetas y políticos de la historia rusa. Y todo lo quiebra el siglo XX. Con el advenimiento del Occidente, a manos de la perestroika, se plantea como un deshielo/destape: el paso del zarismo, del socialismo después, y de todo lo que ideológica y moralmente significan, al desvanecimiento actual del país que se encuentra perdido, casi abandonado, en mitad de la nada. El influjo de Europa por un lado, y el de Asia por otro, también se dejan ver a través de sus finas y suspicaces líneas.

Es obvio que el aspecto militar resalta en la Historia de este país. Todos lo sabemos. Ingenuo sería recordarlo ahora. Un soldado-poeta en un tiempo pasado, perdido él, canta lo siguiente:

"Adiós ciudad, adiós aldea, adiós Volga
Adiós, pueblo querido,
Adiós a ti, muchacha,
Adiós florecilla azul.
Antes, de aurora a aurora,
Descansaba sobre el brazo de mi amada.
¡Ay, de aurora en aurora,
Marcho hoy con el fusil al brazo!"


Y tras esta cancioncilla, aletargan muchas otras, como versos, obras, personajes se esconden tras la aparente frialdad de sus gentes. En una sugerente anécdota cuenta el autor que se cruzó con una regia proclama: el comunismo es el poder de los sóviets más la electrificación en todo el país (“Kommunism iest sovietskaia vlast plus elektrificatzia vsiei strani”). Y, al cabo, había quedado trastocada por los paisanos en otra: el comunismo es el poder de los sóviets más los certificados en todo el país –siendo los certificados cupones de divisas para comprar en tiendas reservadas a extranjeros—. Atraviesa Leguineche su experiencia personal durante la estancia en el Esenin con heroicidades guerreras, mustios lamentos literarios y más pasajes históricos.

Sin duda, sabemos que fue un indómito ruso quien comprendió la esencia de Rabelais: Dostoievski. Y conociendo Rusia se puede hallar el porqué de estas líneas (Memorias del subsuelo):

“Referir detalladamente cómo ha fracasado uno en su vida, por no saber vivir, reflexionando sin cersa en su subsuelo, que es lo que he hecho yo, no puede ser interesante en modo alguno. Para escribir una novela hace falta un héroe, y yo, como haciéndolo adrede, he reunido aquí todos los rasgos de un antiheróe. Además, todo esto producirá pésima impresión, porque todos hemos perdido el hábito de vivir, porque todos cojeamos, unos más y otros menos. Incluso hemos llegado a perder ese hábito hasta el punto de que sentimos cierta repugnancia por la vida real, por la “vida viva”. Pero eso no nos gusta que nos lo recuerden. Hemos llegado a considerar la vida real, la “vida viva”, como algo ingrato, como un servicio penoso, y todos estamos de acuerdo en que lo mejor es adaptarse a los libros. […] Si nos diesen un poco de libertad, si detestasen nuestras manos, si ensanchasen nuestro círculo de acción, si nos quitasen las riendas, inmediatamente –estoy seguro—solicitaríamos que nos volvieran a poner bajo tutela.”

Y todo lo que se oculta tras el libro, tras el ilustre ruso, se clarifica en Madre Volga, indudablemente. Al menos se comienzan a desdibujar los eternos llantos atrapados en sus letras.

De lejos, todos los paisajes son hermosos, destaca el autor. Y de Máximo Gorki, es inevitable aprender lo siguiente: las aguas del Volga son conscientes de su fuerza invencible. Dice un proverbio que si se está una semana en Rusia se puede escribir un libro; si se pasa un mes, se puede escribir un artículo; y si se llega al fin del año, tan sólo una frase. Rusia no es un Estado, sino un mundo entero. El viajero sólo puede admirar el lirismo de un atardecer sobre las aguas del Volga, y al instante siguiente enmudecer para siempre. ¿Qué ocurriría en sucesivos atardeceres? Uno se pierde en el libro, queriendo envidiar el extravío en los paisajes kremilianos. Hay un mundo –el único mundo— escondido en sus aguas, en su neblina, que permanece adormecido tras su papel: Volga matruchka. Léanlo. O no lamenten seguir observando el tartamudeo del reloj.

1 comentario:

e-Pisko dijo...

Bueno, que Rusia nada es más que Volga... En fin, se admite como licencia poética. Tambien vale pulpo como animal doméstico y Gorki como persona de la que se puede aprender algo. Hoy estoy que lo tiro.

En cualquier caso, y a pesar de estos pésimos mis comentarios, este blog promete.